Un fragmento de 'El trabajo intelectual', de Jean Guitton


En el capítulo VI de 'El trabajo intelectual' Jean Guitton habla de la importancia de tener libros de cabecera. Ciertamente es uno de mis libros de cabecera, uno al que vuelvo periódicamente a refrescar ideas.

Os comparto un fragmento del libro en cuestión, el que más me ha llamado la atención en mi (pen)última lectura. Son los dos primeros párrafos del capítulo IX: La escritura y el estilo.

Una gran parte de nuestro esfuerzo consiste en expresarse a sí mismo, por medio de la palabra o por escrito. En esto reside el arte de vender, el arte de persuadir, el arte de amar, el arte de gobernar, ¿quizá el arte de persuadirse a uno mismo? En los conquistadores no se sabe si admirar más su victoria o el arte de hablar de esa victoria. Y, en nuestros días, el jefe no se separa en absoluto del retórico.
Me he asustado a menudo a menudo del poder que posee la palabra, incluso a los ojos de los que hacen gala de despreciarla. Hace cien años, la meta suprema de los estudios era saber discurrir. Se encaminaba uno hacia este fin aprendiendo las lenguas en las que se habían expresado los antiguos; se procuraba imitar sus arengas. En nuestros días, por razones unas son buenas, otras son oscuras, el arte de la expresión tiende a desaparecer. Se aprende menos ahora, creyendo que lo esencial no es hablar sino saber y que el que sabe hablará bien por añadidura. Esto sería verdad si no hubiese lazos sustanciales entre el pensamiento y el lenguaje. Pero estas dos traducciones de nuestro ser se relacionan tanto entre sí que no se puede destacar en una de ellas sin apoyarse en la otra. Se persigue con razón el lenguaje vacío y hueco; las sensibilidades de hoy no soportan ya el género oratorio, fuera de los pretorios, de los parlamentos, de las iglesias. Pero lo que ha sucedido es que no se ha puesto en su lugar nada que valga y que los jóvenes, cargados de hechos, ideas o de pensamientos, son incapaces a menudo de comunicarlos. La crisis de la enseñanza media y superior se debe en parte a esa torpeza de la juventud pensante en el uso del lenguaje. No es que haya que volver a la antigua «elocuencia»; convendría solamente conservar su sustancia bajo formas nuevas, adaptadas a esa mentalidad moderna, más rápida y más viva, más precisa, más sincera, más audaz, que se dirige antes a la esencia.


El libro es de 1951 pero Ediciones Rialp lo sigue reeditando. Si tienes inquietudes literarias es un must read. Pídeselo a tu librero.

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